Edward Packard, el creador de la saga de libros juveniles, concibió esta innovadora forma de narración en 1969, cuando en vez de dejar a sus hijos ver dibujos, inventaba historias interactivas para sus hijos a la hora. El concepto tuvo tanto éxito que la serie alcanzó cientos de millones de ejemplares vendidos. El propio David Corenswet, el nuevo Superman, ha desvelado que estos libros fueron parte esencial en su infancia. “Los leía al crecer; eran increíbles. En una época sin consolas accesibles, realmente eran el medio más interactivo que podías encontrar”.
¿Os acordáis de esos libros de Elige tu propia aventura? Eran como videojuegos de papel… sólo que más crueles. Te daban poder, sí… pero con trampa. Porque nunca sabías que ibas a morir en la página 6 por elegir la opción A de forma completamente lógica.
“Si decides entrar a la cueva misteriosa, ve a la página 38. Si decides volver al campamento, ve a la 14.”
Yo, valiente, claro: “¡A la cueva, por supuesto!”
Página 38:
“Un murciélago radioactivo te muerde el cuello y mueres desangrado. Fin.”
¿¡QUÉ!? ¡¿Pero qué clase de murciélago vive ahí, Drácula con esteroides!?
Y lo peor es que no te dejaban ni una advertencia tipo: “Esta opción podría incluir MUERTE INSTANTÁNEA”. No. El libro simplemente decía:
“¿Quieres mirar detrás de la cortina?”
Y uno todo ilusionado: “¡Claro! ¿Y si hay un mapa, un tesoro…?”
Página 53:
“Detrás de la cortina hay un tigre hambriento. Saltas por la ventana y caes en una zanja llena de púas. Fin.”
¿Qué clase de casa es esa? ¿Eso era una aventura o una inspección de seguridad del infierno?
Y luego estaba el clásico truco que todos hacíamos: poner el dedo entre las páginas por si había que escoger otra opción.
¿Sí o no? Uno ahí con la mano como un origami: dedo en la página 11, otro en la 38, marcando la 22 con el codo, por si te mataban rápido.
Porque lo sabías… lo sabías. Si elegías mal, ¡ZAS! Fin.
Y encima los libros eran pasivo-agresivos. Te morías y te decían algo como:
“Lástima. Quizás deberías haberlo pensado mejor.”
¿Qué? ¡Soy un niño de 9 años! ¡No estoy preparado para esta responsabilidad narrativa!
Y la portada siempre te engañaba.
“¡Una aventura en el espacio!”
Tú esperas aliens, rayos láser, planetas lejanos… y en la página 3 te caes en una grieta lunar y mueres asfixiado.
Fin.
Y ni siquiera viste un alien. ¡Ni uno! Sólo al técnico que olvidó sellar tu casco.
Eso sí, aprendías rápido. A la cuarta muerte ya jugabas como si estuvieras en Los juegos del hambre.
“No, no confío en el anciano misterioso que ofrece ayuda. Seguro que es un asesino. Me voy por el río, pero sin hablarle a nadie, ni tocar nada, ni respirar fuerte.”
Por suerte, los libros de Elige tu propia aventura te curtían. Hoy en día no me dejo estafar por nada. ¿Un correo que dice “heredaste una fortuna”?
“¡Nah! Página 12: Es una trampa, te roban el alma. Fin”.
