Presence comienza cuando Rebekah y Chris, matrimonio en crisis porque ella participa en negocios de dudosa moralidad, se mudan a un caserón con Tyler y Chloe, sus hijos adolescentes. Chloe empieza a notar que por el lugar deambula una presencia extraña, que además mueve objetos.
Mientras el progenitor pide ayuda a una extraña médium y su equipo, Tyler se hace amigo de Ryan, un chico popular que al descubrir a Chloe se queda prendado.
El giro final de Presence revela que Tyler, el hermano adolescente, es en realidad el espíritu que ha estado influyendo en los eventos de la casa. Durante el clímax de la película, cuando Tyler cae a través de la ventana tras enfrentarse a Ryan, se da a entender que su muerte fue tanto la causa como la consecuencia de un bucle temporal paradójico. Es decir, Tyler tenía que haber muerto para activar la cadena de sucesos que terminaba salvando a Chloe, pero su presencia como espectro era precisamente necesaria para evitar el desenlace aún peor. Así, el fantasma que observamos durante toda la historia no es un ente externo ni la reaparición de Nadia, como se insinuaba inicialmente, sino el espíritu de Tyler, atrapado en una especie de ciclo en el que su existencia tras la muerte resulta fundamental para la redención de su hermana.
Este desenlace no sólo juega con la noción de que el tiempo en el mundo de los espíritus transcurre de manera distinta, sino que también enfatiza la idea de que el amor fraternal y el sacrificio pueden trascender los límites entre la vida y la muerte, ofreciendo a la audiencia una reflexión profunda sobre la inevitabilidad del destino y el poder de la conexión familiar. En una escena clave de Presence, la médium explica todo esto a la familia.
En esta ocasión, Steven Soderbergh, al que le gusta experimentar con la fotografía, que firma él mismo como Peter Andrews, y la edición, para la que utiliza el pseudónimo de Mary Ann Bernard, ha contado con un buen guión del veterano David Koepp, reconocido desde que escribió Parque Jurásico.