Los fans del cómic recuerdan a los gatos: adorables de lejos, pero como los molestes… te sacan los ojos. Tú le cambias un color al traje del superhéroe y ¡pum! Tercera Guerra Mundial en Twitter. “¿Cómo que Superman lleva calzones por dentro? ¡Eso no es canon, eso es traición!” Pero claro, lo que viene ahora no es sólo un cambio de color… es un atentado cinematográfico. Adaptaciones que claman al cielo. Y el cielo contesta: “¡Yo no fui, fue Hollywood!”.
Para empezar fuerte recordemos Catwoman (2004), con Halle Berry, más que una película un crimen contra la humanidad. El traje era como: “Hola, soy sensual, peligrosa… y claramente incómoda para sentarme”. ¿Quién diseñó eso, un adolescente en plena pubertad? Y el argumento tenía bemoles, pues la villana fabricaba una crema antiarrugas que te volvía malvada. ¿Dónde firmo? Me la unto en la cara ya mismo y voy a conquistar el mundo con cutis radiante.
Seguimos con otra joyita, Batman y Robin (1997), con George Clooney como el Hombre Murciélago. Sí, el mismo que luego pidió disculpas por rodar esa película, como si hubiera atropellado a alguien con el Batmóvil. Los batpezones, amigos. BAT-PE-ZONES. ¿Por qué el traje de Batman tenía pezones? ¿Querían que Batman inspirara… lujuria? ¿Temor? Y Arnold Schwarzenegger como el maestro de la congelación, Mr. Freeze, diciendo frases como: “La venganza se sirve fría”. ¡Qué nivel, eh! Ni mi cuñado en Nochebuena con tres copas suelta chistes tan malos…
Vamos con otra, Dragonball Evolution. Hollywood pensó: “¿Cómo arruinamos un manga japonés con alienígenas, poderes cósmicos y un dragón?”. Y la respuesta fue: “Convirtiendo al protagonista en adolescente americano con problemas de amor en el instituto”. ¿Gokú haciendo exámenes? ¡Gokú ni sabe leer! ¡Come y pelea, no hace deberes!
Y no olvidemos Green Lantern (Linterna Verde) (2011). Ryan Reynolds, pobrecito, antes de ser Deadpool, ya era un superhéroe… y un mal recuerdo. Ese traje hecho por computadora daba penita. Y el villano era… ¿una nube? ¿Un gas? ¿Un pedo espacial con ojos?
Europa también se ha lucido en diversas ocasiones, por ejemplo versionando Lucky Luke, con Terence Hill (1991). A ver. Terence Hill es carismático. Tiene esa sonrisa de “me tomé un whisky antes de rodar” y esa mirada de “no sé qué hago aquí, pero bueno”.
Pero… Lucky Luke con acento italiano, en inglés, ¡rodado en Almería, España. Eso ya no era el Lejano Oeste, eso era Benidorm con cactus. Lo peor, que el caballo hablaba. Y tenía más carisma que todos los humanos juntos. Y ojo, que esa adaptación tenía el presupuesto de un cumpleaños infantil. Había escenas donde Lucky Luke sacaba el revólver más lento que mi abuela buscando las llaves. ¿Dónde quedó ese vaquero más rápido que su sombra? Aquí era más rápido el Wi-Fi de Renfe.
Blueberry (2004). ¿Quién recuerda esta? Tranquilos, nadie. Vincent Cassel, Juliette Lewis, Michael Madsen… y un argumento que parecía escrito bajo los efectos de peyote, lo cual es temáticamente correcto, porque la película tenía más alucinaciones que una convención hippy. Tú entrabas a verla esperando un western con acción… y salías preguntándote si la vida es una simulación.
No adaptaron Blueberry, adaptaron un mal viaje de ácido con sombrero vaquero.
Por último, vamos con las favoritas de la Galia. Astérix y Obélix: las 57 películas en live action que nadie pidió.
Porque no hay una. No hay dos. Existe un multiverso de Astérix en carne y hueso. La primera con Gérard Depardieu como Obélix… vale, les reímos la graica. Luego vino la de Cleopatra, que parecía una comedia de sketches con presupuesto de Eurovisión.
Pero después ya no sabías si estabas viendo Astérix o un desfile de carnaval con famosos franceses haciendo cameos porque sí. ¡Zidane, amigos! ¡Zidane salía en una peli de Astérix! ¿Qué sigue, Mbappé como Panorámix?
Y no olvidemos los trajes: pelucas que parecían sacadas de un teatro escolar, músculos de gomaespuma… y efectos especiales que hacían que los de los Power Rangers parezcan de Marvel Studios.
Y claro, la trama… a veces seguía el cómic, a veces seguía una receta de crêpes, a veces simplemente se perdía y no volvía.
