Estos reconocimientos, que son como los Óscar israelíes pero con hummus en el catering en vez de canapé de salmón, se ha impuesto como mejor película The Sea, la historia de un niño palestino de Cisjordania que emprende un viaje para ver el mar por primera vez. Como consecuencia esta cinta, que ha desatado duras críticas por parte del gobierno, será la representante de Israel en la categoría internacional de los Óscar. Según la lógica woke que impera estos días, España tendría que retirarse de los Premios de la Academia por admitir la participación de esta cinta (y del Mundial de Fútbol).
El ministro de Cultura, Miki Zohar, ha definido el film como “un espectáculo que santifica la‘narrativa palestina’. Este político, que según la emisora Reshet Bet no ha visto la película, afirma también que “la escandalosa victoria en la ceremonia despierta la ira de muchos ciudadanos y soldados del Ejército que dedican sus vidas a defender la patria”. Esto me recuerda a mí cuando criticaba Crepúsculo sin haberla visto. Bueno, vale, en mi caso acerté.
Para rematar, en la gala de los premios Ophir, los nominados se subieron al escenario con camisetas que decían cosas como “Un niño es un niño” o “Parad la guerra de Gaza”. Me imagino al tal Miki Zohar viéndolo por la tele, atragantándose con los garbanzos: “Esto es vergonzoso. Traedme un almax y una censura rápida”. Luego prometió que mientras él mande, no se usará dinero público para financiar “eventos que escupan en la cara de nuestros soldados”. Hombre, Miki, igual no están escupiendo, igual solo están… ¿cómo se dice? Ah, sí… Haciendo cine. Aunque claro, el cine crítico en Israel ahora mismo está tan bien visto como un chiste de suegras en Navidad: sabes que va a acabar mal y alguien se levantará de la mesa.
Y mientras dentro de Israel se lían a tortas dialécticas, fuera se demoniza al país entero como si fuera un bloque indivisible, como un bloque de tofu mal descongelado. Si anunciasen una proyección aquí en España de The Sea, la cancelarían más rápido que la etapa final de la Vuelta Ciclista.
¿Y qué hacen Javier Bardem y otras estrellas internacionales? Pues han firmado el manifiesto Film Workers Pledge to End Complicity, comprometiéndose a no participar en festivales, cines o producciones israelíes “implicadas en el genocidio y el apartheid contra el pueblo palestino”. El problema es que la mayoría de estas instituciones no están implicadas, más bien todo lo contrario: muchos cineastas son críticos con su propio Gobierno. Vamos, que el manifiesto es como usar un bazuca para matar un mosquito.
Pobres cineastas israelíes… están más solos que el protagonista de una película experimental rodada en plano secuencia de ocho horas y media. Vamos, que sus películas tienen menos apoyo que una estantería de IKEA montada por un cuñado con tres cervezas encima.
En fin, gracias por la atención, Javi. Dale un abrazo a Pe… y si haces campaña contra algo, que sea contra las películas de tres horas sin pausa para ir al baño.
