Cuando Tony Curtis (cuyo verdadero nombre era Bernard Schwartz) llegó a Hollywood a finales de los años 40, tenía más ambición que experiencia. Era guapo, tenía carisma, y había pasado por la Marina, pero no sabía prácticamente nada sobre actuación. Eso no le impidió lanzarse a por su sueño.
Su primer papel fue en El abrazo de la muerte (1949), junto a Burt Lancaster. Era una aparición breve, sin diálogo: tenía que besar a una chica bailando en una fiesta. Curtis se lanzó al rodaje convencido de que estaba protagonizando el momento del siglo.
No le avisaron de cuándo saldría la película, así que estuvo preguntando por todos los cines de Los Ángeles si El abrazo de la muerte ya estaba en cartel. Cuando por fin la vio, casi se quedó sin aire de la emoción al verse en pantalla… aunque fuera solo de fondo, durante tres segundos.
Sin embargo, se emocionó tanto al verse que se pasó los siguientes tres meses yendo al cine todos los días sólo para ver esos tres segundos.
Poco a poco, se hizo notar, así que pasó de figurante a estrella. Pero él siempre recordaba ese primer beso como el momento en que se besó con Hollywood por primera vez.
Durante el rodaje de Con faldas y a lo loco, Tony Curtis ya era más famoso que el peine de Elvis. Tenía el ego bien lustrado y una melena que podía reflejar el sol. Entre toma y toma, un poco aburrido, decidió que era momento de cambiar de papel… sin que nadie lo supiera.
Se calzó unas gafas oscuras tamaño ego XXL, se cambió de ropa y salió al paso de un grupo de turistas como quien no quiere la cosa. Pero no como Tony Curtis, no. Se presentó como el doble de Tony Curtis.
—“¿En serio? Se parece muchísimo” —soltó una señora, boquiabierta y con la cámara lista.
—“Sí, sí, pero Tony es más bajito. Y tiene menos pelo. No se lo digas, que se cabrea” —respondió Curtis, con cara de póker y alma de pícaro.
Durante un buen rato se inventó historias falsas sobre el “verdadero” Curtis, dijo que roncaba en falsete y que tenía alergia a los saxofones. Luego, tan tranquilo, volvió al plató y rodó una escena… como Tony Curtis. Como si nada.
Más tarde, uno del equipo escuchó a un turista comentar:
—“Hemos conocido al doble de Tony Curtis. Majísimo. Mejor que el original.”
Curtis, al enterarse, se rió con esa carcajada suya de galán con chiste interno:
—“Tendré que convertirme en mi propio sustituto. Parece que le caigo mejor a la gente cuando no soy yo”.
