Resulta que la película se ajusta al público. Si la sala está llena de adolescentes, la IA mete explosiones cada diez segundos, aunque estés viendo Sentido y sensibilidad. Si está llena de jubilados, menos explosiones y más calefacción, que eso sí que emociona. Y si estoy yo, que voy al cine agotado del día, directamente me ponen los títulos de crédito con música de cuna y me bajan la luz.
Dicen que SALAIA detecta emociones con cámaras e infrarrojos. Tú entras en la sala y el proyector, que ahora es psicólogo, te analiza y dice: “Este señor viene cabreado. Añádale dos chistes y un plano bonito del amanecer navarro, a ver si se le pasa”. Un proyector que receta planos. Esto ya es el Dr. Lumière.
Y yo me pregunto: ¿qué pasa si la gente siente cosas distintas? Uno emocionado, otro tristón, otro mirando el móvil, otro comiendo nachos como si no hubiera mañana… otro simplemente sobreviviendo. La IA debe entrar en pánico. “Generando escena… error… público contradictorio… por favor reinicie la especie humana”. Y tú ahí sentado pensando: tampoco era para tanto.
Lo mejor es que dicen que la peli se adapta en tiempo real sin que el público lo note. O sea, que llevan años poniéndonos finales raros y por fin pueden echarle la culpa a algo. “No, no era un final malo, era usted, que estaba indeciso emocionalmente. La película empatiza, ¿sabe?”. Pues gracias, Pixar-Freud.
Luego está el detalle de que detecta la climatología. Esto me encanta. Me imagino a la IA: “Fuera llueve. Perfecto, metemos un drama. Si hace sol, comedia. Si hay niebla, thriller surrealista de festival”. Vamos, que igual sales del cine sabiendo hasta la previsión del tiempo.
Pero mi cosa favorita es el nombre: SALAIA. Suena a salsa para echar a las patatas: “Ponme unas bravas con salaia, pero poca que pica”.
Dicen que será extrapolable a toda Europa. Ojito. Que igual estás en Pamplona viendo un thriller y, como en la sala haya un alemán que no se ríe jamás, te quedas sin chistes, sin alivio cómico y casi sin respiración. Cine serio para siempre. Las consecuencias del público prusiano.
En fin, que bienvenida sea la innovación. Pero yo, como espectador tradicional, lo único que pido es una película normal, como las de toda la vida. Que la IA no decida cómo tiene que acabar, que no escriba el guion, que no me cambie el ritmo, que no se meta en mis emociones… y, sobre todo, que no me sustituya a los actores por hologramas. Que al final voy a llorar… y la IA lo va a detectar… y me va a meter un musical.
