Sam Neill lo ha dejado claro: no piensa retirarse. La idea de hacerlo, dice, le resulta “horrorosa”. Y lo demuestra con hechos. Este mismo año ha estado más ocupado que un velociraptor en un gallinero: la serie australiana The Twelve: Cape Rock Killer; Indomable, thriller de Netflix donde comparte pantalla con Eric Bana (que no es banana, aunque suena igual de tropical); y acaba de fichar para una nueva entrega del universo Godzilla x Kong, donde tendrá un papel relevante. Además, pronto lo veremos en Apples Never Fall, adaptación de la novela de Liane Moriarty, que él mismo codirige y protagoniza. A eso hay que sumar el cuidado de sus viñedos en el valle de Gibbston, donde produce un Pinot Noir con nombre de broma: “Two Paddocks”. Porque Sam Neill, entre toma y toma, también es viticultor.
Pero lo que más me conmueve es su sentido del humor ante la enfermedad. En su libro autobiográfico “Did I Ever Tell You This?”, publicado en 2023, cuenta que cuando se quedó sin pelo por la quimioterapia, se miró al espejo y pensó: “No soy un espectáculo agradable. Parezco un huevo con cejas”. Una imagen digna de Jurassic Park: el huevo… pero sin dinosaurio dentro. Luego añadió que, pese a todo, le gustaba la idea de parecer un “monje budista”, porque al menos transmitía serenidad. Esa manera de reírse de sí mismo, sin autocompasión ni dramatismo, es una lección que va más allá del cine.
Él mismo dice que intenta pensar lo menos posible en el cáncer. “Sé que está ahí, pero no me interesa demasiado. No puedo controlarlo, así que prefiero no darle demasiadas vueltas”. Cada dos semanas acude al hospital para sus transfusiones, pero en cuanto se recupera, vuelve al set o al campo, a podar viñas o preparar un nuevo papel. Y cada vez que amanece, confiesa, siente gratitud por seguir respirando.
Sam Neill vive solo en su granja, rodeado de animales, vino y recuerdos. A veces se siente algo solitario, lo admite —normal, con tanto pollo y tan poca prensa—, pero también dice que el trabajo y la escritura lo mantienen vivo. Su libro nació precisamente de ese impulso: dejar algo para sus hijos y nietos, por si el tiempo se le acababa antes de lo previsto. “Pensé que estaría bien que conocieran algunas de mis historias”, dice con sencillez.
Celebro su actitud porque es, en esencia, una rebelión tranquila. No contra la muerte, sino contra la rendición. Sam Neill no actúa para escapar de la enfermedad, sino para seguir afirmando su amor por la vida. Y lo hace con una sonrisa que parece decirnos con ese acento neozelandés: el humor también es una forma de tratamiento.
