Cuando iba a entrar, el portero me suelta, con cara de funeral:
—“Disculpe, no funciona el aire acondicionado”.
Como si me acabara de anunciar que se había muerto mi perro.
Y yo: “¿Perdón? ¿Que no funciona?”
¡Aleluya! ¡Por fin una buena noticia en este país! Una victoria inesperada del pueblo contra la tiranía del aire industrial.
Porque, vamos a decir la verdad: en las salas de cine no ponen aire acondicionado, no…
Fabrican pingüinos.
Tienen acuerdos secretos con Noruega para mantener el nivel de exportación de frío.
Yo no sé quién fue el genio que pensó: “Vamos a encerrar a 300 personas durante dos horas, en la oscuridad… y con una temperatura de cámara frigorífica. ¿Qué puede salir mal?”
Pues hombre, lo único que sale mal es que el público no está disfrutando la peli, está intentando sobrevivirla.
Que uno ya no va al cine a ver una película… va a practicar apnea térmica.
Y claro, yo ya aprendí: si voy al cine, no llevo palomitas. Llevo el nórdico, una bufanda térmica, y unos calcetines de esquí.
Que a veces pienso: “¿Esto es Oppenheimer o me he metido sin querer en Frozen, versión inmersiva?”
Y lo mejor es que nadie dice nada. Porque está normalizado.
Sí, el cine es así: oscuro, caro y climatológicamente hostil.
Ya aceptamos que pagar 15 euros es caro, pero lo hacemos. Ahora aceptamos que, por ese precio, nos den también una hipotermia de regalo. ¡Y gracias!
Y lo peor no es que te congeles. Lo peor es cuando llegas a casa después de la película… y el trauma persiste.
Estás en tu cama, tiritando, con el abrigo aún puesto, y piensas: “Qué bien estuvo la peli, pero qué mal lo pasé en el ártico”.
Pero ayer no. Ayer fue distinto.
Se estropeó el aire acondicionado y la sala tenía… una temperatura humana.
¡Increíble! No sentía ni frío ni calor. Simplemente… vivía.
La gente sonreía. Parecía un retiro espiritual. Algunos incluso veían la peli sin brazos cruzados. Con los codos al aire. Un milagro.
Y claro, ahora que he probado esta utopía térmica, no quiero volver atrás.
Les he escrito una carta al cine:
—“Queridos amigos: os felicito por ese valiente paso hacia la dignidad térmica. Os propongo un nuevo modelo de negocio: cada semana, averíen algo distinto. Un día el aire, otro día las luces de emergencia. Que se note la emoción. Pero, por favor… ¡dejad el aire como está! La humanidad os lo agradecerá”.
