El actor italiano, conocido en el registro civil como Mario Girotti y en la historia del cine como “el tipo que te da un bofetón y te cambia la dirección del peinado”, ha decidido colgar la sotana de Don Matteo y enfundarse de nuevo en el poncho del vaquero más pícaro del spaghetti western. Después de tantos años, vuelve Trinidad… y seguro que todavía sigue sin pagar por las judías.
El proyecto es ultrasecreto—más que la receta de la Coca-Cola—pero lo que sí sabemos es que será la tercera entrega de los clásicos Le llamaban Trinidad (1970) y Le seguían llamando Trinidad (1971), películas que redefinieron el género con su mezcla de humor, mamporros y partidas de frijoles. Sin embargo, esta vez faltará un pilar fundamental: Bud Spencer, su inseparable compañero de aventuras, fallecido en 2016. “Me falta Bud”, confesó Terence Hill con nostalgia en un evento en Amelia, Terni, donde se inauguró una piscina que lleva el nombre de su amigo.
Estas dos leyendas del cine que marcaron mi infancia… y la de cualquiera que haya crecido en los años 70, 80 o con padres que no apagaban la tele nunca: Bud Spencer y Terence Hill.
Esa pareja era única. Uno grande como un armario empotrado y el otro con pinta de que le habían sacado del casting de Verano azul, pero juntos eran dinamita. Bueno, más bien, uno daba dinamita y el otro la esquivaba.
Las pelis eran siempre iguales, pero daba igual, porque nos encantaban. Primero, ellos llegaban a un pueblo del Oeste o a una isla perdida o a una ciudad donde el alcalde siempre era corrupto, y por supuesto, había un malo que no sabía que se iba a llevar la paliza de su vida.
El malo tenía su banda. Banda de pringados, porque, seamos sinceros, si vas a una pelea contra Bud Spencer, tienes dos opciones: o te pega un tortazo que te manda al año siguiente, o te agarra de la cabeza y te usa para golpear a otro.
Y luego estaba Terence Hill, el tío más chulo del cine. No necesitaba ni pegar, sólo con esquivar ya dejaba en ridículo a los malos. Era como si fuera a cámara lenta y los demás en modo torpe. Su especialidad era la bofetada giratoria: pum, te daba la vuelta y tú, de paso, hacías turismo por la habitación.
Pero lo mejor de todo eran los diálogos. Porque en sus películas nadie tenía prisa, ni siquiera para pelear. Se decían frases como:
—”Te voy a partir la cara”.
—”Pues hazlo despacito, que acabo de desayunar”.
Eso sí, en sus películas nunca moría nadie. Se daban palizas, pero aquí todos se levantaban después. Eran peleas ecológicas: mucha acción, cero residuos.
Y lo más icónico: las judías. Siempre había un momento para sentarse y comer judías. Porque repartir guantazos da hambre. De hecho, yo creo que si Bud Spencer hubiera abierto una cadena de restaurantes de judías, hoy sería más grande que McDonald’s.
En fin, que Bud Spencer y Terence Hill nos enseñaron algo importante: puedes repartir justicia con una sonrisa, pero mejor si es con un buen tortazo. ¡Aplauso para ellos!