Cuando llegabas al cine, era como entrar a otro mundo. Esa alfombra pegajosa, el olor a palomitas mezclado con un potente ambientador, las colas interminables para comprar entradas… Que eso era otro tema, pues si había mucha gente, te perdías los primeros 10 minutos de la película. Pero no importaba. Porque cuando apagaban las luces y arrancaba la proyección en esa pantalla gigante, con el sonido THX que parecía un rugido de dinosaurio… se te erizaba la piel. Era pura magia.
Pero ahora… ¿los jóvenes de hoy? No quieren ir al cine. Les dices “¿Vamos al cine?” y te miran como si hubieras propuesto montar a caballo hasta la escuela. “¿Ir al cine? ¿Por qué, si lo puedo ver en mi teléfono mientras estoy acostado en pijama, comiendo cereales, y pausarlo cuando quiero?”.
Claro, ellos no entienden. No saben lo que supone el compromiso de ir al cine. Que no podías pausar la película ni aunque te estuvieras muriendo de ganas de ir al baño. ¿Te perdiste una escena clave? Te la perdiste para siempre. Era un dolor que uno llevaba dentro, una herida emocional que nunca cicatrizaba. Hoy, ellos paran la película como si nada. Hasta le ponen subtítulos al español… ¡cuando la película ya está en español! ¿Qué están leyendo? ¡Es lo mismo que estás escuchando!
Y no hablemos de las redes sociales. Hoy van al cine y están más pendientes de sacarle una foto al envase de palomitas que de mirar la película. Suben una story que dice: “Aquí en el cine viendo Avatar 3”. ¿Seguro que estás viendo la película o estás viendo cuántos likes te dejaron?
Pero claro, también está el tema del precio. Porque hoy en día ir al cine es una hipoteca. Quieres invitar a alguien al cine y tienes que pedir un préstamo. Sólo las palomitas cuestan lo mismo que la cuota del coche. Y ni hablemos si quieres combo con refresco… Eso ya es para millonarios. Antes ibas con dos monedas, comprabas tu entrada, la merienda, y todavía te sobraba para los futbolines. Ahora tienes que vender un riñón. ¿Y los jóvenes qué dicen? “Mejor la pirateo en mi casa.” Por eso ya no hay magia, porque no les duele en el bolsillo.
Los chicos de los 80 íbamos al cine porque era una experiencia única. Hoy tienen mil plataformas, pantallas 4K, sonido envolvente… y no saben lo que se pierden. Porque el cine no es solo la película. Es el ritual. Es la emoción de las luces apagándose, los créditos iniciales, el sonido que te hace vibrar en el asiento…¡Eso es magia. Pero claro, ellos no lo entienden. Ellos tienen todo… menos ganas de levantarse del sillón.
Así que nada, jóvenes… disfrutad Netflix. Nosotros seguiremos recordando la época en que ir al cine era como viajar a otro universo… y, de paso, haciendo cuentas para ver si todavía podemos pagar un balde de palomitas.